miércoles

Un perro que duerme en el tapete.

El perro duerme sobre el tapete. Duerme y no sabe de tristezas; duerme y no sabe que cuando caga. es a mí a quien le toca recoger la mierda. Duerme y ronca, y a veces se despierta y me mira a los ojos, como diciéndome algo incomprensible, algo que tiene que ver, tal vez, con otra puerta, con otra salida, con otros ojos. Me ve, y tal vez no piensa nada, porque los perros no piensan. Pero tal vez resuelve el misterio del lenguaje, o del silencio, tal vez él sabe la prueba de Dios. Pero no creo. 
Mira a quién empieza otro (tres, cinco, catorce, veintiuno) blog. Y vuelvo a esta cosa que no se entiende (la de escribir para que nadie lea), a tratar, con afán infructuoso, de hacer obras de arte en diez minutos y en quinientas palabras. Es imposible, ya se, ya lo he dicho (ya otros lo han dicho). 
Así pues, otro comienzo con otra noche; otras palabras que nacen ante mis ojos (que se cierran y se cansan), otras palabras que hace el clic clic de mis dedos, otros arrepentimientos y otras cosas que decir. Pero para quien es libre y cree que no tiene dueño, la intemperie del escarnio público (de la lectura ocasional que dos o tres personas harán de mis entradas),  es sólo un momento necesario antes de cruzar la puerta para entrar en la vía ardua, en la senda estrecha, en la que la lluvia ya no cae, y la sal no sala, en esa calle oscura y de mujeres de pelo en pecho (y hombres que patinan y son enanos, y cargan contrabajos), en esa en la que estoy solo, en la que todos estamos solos.
Aquí un poco de mí, de lo que veo, leo, oigo y escribo, y si no les gusta bien se pueden ir a otras páginas de Internet, a otros bloguesitos, a otros programas de televisión, a otras tantas cosas peores que esto; si lo que quieren son cosas mejores, mejor váyanse antes de que me dé más pena con ustedes; tranquilos niños, que con tinto mediante, nada es tan malo como para parar de llorar. Y si quieren pongan lo que quieran, si quieren voten y si quieren se pueden reír, también; agradezco la distancia, no me pueden echar tomates, y no me pueden escupir.
Pronto volverán a saber de mí, incluso los que no quieren saber ya nada de nada. 
Otrosí: Joao Gilberto y Stan Getz grabaron, en 1963, el disco GETZ/GILBERTO featuring Antonio Carlos Jobim. Yo les dejo, antes de que me vaya a dormir, una pequeña joya de este afortunado dúo, que empieza con la voz de Astrud Gilberto. Recuerda, creo yo, a las versiones de bossa-nova que Miles Davis grabó, con la orquesta de Gil Evans, en 1962. Una canción para la noche más fría del año, que puede ser esta. 




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